Parte IX – El Desenlace
Afuera había comenzado a amanecer y Lorenzo hizo pasar a los huéspedes al salón de té donde había preparado el desayuno.
– Lo siento, – se disculpó – es todo lo que puedo ofrecerles. La cocinera no ha llegado todavía. – Acercó el carrito repleto de pastelitos a la mesa que albergaba tres humeantes teteras. Al pasar por la ventana contempló cómo la tormenta había amainado y apenas chispeaba – Como si estuvieran en su casa – dijo señalando el improvisado bufet y abandonó precipitadamente la habitación.
– ¡Que bien, estoy desfallecida! – exclamó Bizcocho de Almendras lanzándose sobre los pastelitos en compañía de su marido.
La Sra Buenas Noches se instaló en uno de los sofás del fondo de la estancia y comenzó a cabecear, el Sr Moruno la observó un momento y sonrió mientras se sentaba en el sofá contínuo. Black Chai y Noches de Oriente se aproximaron cogidos del brazo a las humeantes teteras y se sirvieron sendas tazas antes de sentarse en una de las pequeñas mesas francesas adornadas con grandes manteles y tapetitos de ganchillo.
– Este sitio es tan peculiar – dijo Noches de Oriente jugando con el mantel entre sus dedos.
Dolce Vita se aproximó a la desconsolada Natillas de la Iaia y le susurró. – Avanti baby, necesitas comer algo – Natillas lo miró y a pesar de los ojos enrojecidos su rostro mostraba cierta ira y nerviosismo, asintió con la cabeza y agarró uno de los pastelitos antes de sentarse en otra de las mesas. Dolce Vita llenó dos tazas de té y se sentó con ella. – Venga cariño, ¿tanto la conocías?
– Más de lo que se cree – susurró balbuceante Natillas antes de estampar el puñado de arándanos que llevaba en la mano contra la mesa.
La puerta se abrió de golpe y Agatha entró exclamando – ¡Qué bien que se encuentren aquí todos! Quería ponerles al corriente de mis investigaciones. Pero antes disculpenme, la noche ha sido muy larga y necesito, más que nunca, un reconfortante té.– Se aproximó a la mesa de las teteras y se sirvió una gran taza que vació de un sorbo – Ah, mucho mejor. Como les comentaba, esta noche he descubierto cosas muy interesantes. – El Sr. Avellana se estremeció y Bizcocho de Almendras palideció un poco más si cabe – Si bien al principio no lo hubiera imaginado, la verdad es que todos ustedes esconden motivos para infusionarla. – Hizo una pausa dramática para mirarlos uno a uno a los ojos hasta llegar al Sr. Moruno – Como por ejemplo una vieja gloria que se siente destronado por una chiquilla insolente, o un amante despechado que le dejó cuando ella se cansó de sus continuos devaneos – añadió mirando a Dolce Vita que por primera vez tenía el gesto serio. Del fondo de la habitación sonaron unos pequeños ronquidos, Agatha miró a la Sra Buenas Noches que dormía profundamente en el sofá – Bueno, la Sra Buenas Noches no creo que tuviera un motivo ni mucho menos una oportunidad, así que creo que será mejor que la dejemos dormir. Luego tenemos una pareja de mentirosos que mediante tráfico de influencias y sobornos se cuelan en el certamen…
– Eso son injurias – Le gritó Avellana y Canela
– No, no lo son. Es más, Caperucita lo sabía; les metió por debajo de la puerta una copia de una foto comprometedora. Aquí tengo la original, si quiere puede comprobarlo por si mismo.
– ¡Oh! – Bizcocho de Almendras fingió un vahido y Avellana se apresuró a abanicarla con extremada delicadeza.
– Y mis favoritos, – miró a Black Chai y Noches de Oriente y les guiñó el ojo – la embriagadora pareja de ladronzuelos. Como les comenté, Caperucita sentía debilidad por esos robos. En realidad su interés surgió cuando le desapareció un anillo que era de herencia familiar desde tiempos inmemorables. Cuál sería su sorpresa cuando vió en el periódico que la Srta Noches de Oriente lo llevaba puesto en uno de sus múltiples compromisos de alta sociedad. – Black Chai se levantó de golpe y Noches de Oriente le acarició suavemente el brazo para que volviera a sentarse. – Y por último la pequeña y dulce Natillas, la hermana de Caperucita que quería apropiarse de parte de la herencia de su padre.
– ¿Cómo te atreves? – le gritó Natillas totalmente encolerizada.
– Así que todos escondían bastantes secretos– concluyó Agatha.
– ¿Y el suyo? ¿Cuál es su secreto? -vociferó una voz desde la puerta.
– Oh querido ¿a qué te refieres? – le dijo un poco desconcertada Agatha.
– No me llame querido, me llamo Lorenzo, Lorenzo Lobezno, hijo del comisario Lobezno y supongo que algo habré heredado de mi padre. Lo primero que me hizo sospechar fue encontrarme un trocito de arándano entre los frutos rojos que limpié del pasillo, recordaba que la señorita Caperucita tenía frutos rojos pero ¿trozos de arándano? No way! – su voz se fue envalentonando por momentos – Así que, cuando las circunstancias me lo han permitido, he conseguido restablecer la línea telefónica. Acabo de mantener una conversación con mi padre de lo más interesante. ¿Sabía que es íntimo amigo de la Srta Christea? Ha hablado con ella, la cual por cierto se encuentra en estos momentos en su casa de Londres. Asi que ¿Y el suyo? ¿Cuál es su secreto?
– Supongo que esto ya no tiene sentido – Agatha comenzó a arrancarse trozos de manzana y naranja, de frutos secos y especias que iban amontonándose en el suelo de la habitación. Todos se miraron estupefactos.
– ¡Lo sabía! Disimulaste el olor de los frutos rojos con los arándanos, pero yo te olí. ¿Cómo has podido? – le gritó Natillas.
– Cariño, tú ni siquiera tenías que estar aquí. Pensaba que habías vuelto a tu casa. Además no te conocía y no sabía lo importante que era para ti.
La puerta se volvió a abrir con un golpe seco y pudo verse la figura de un hombre – Oh, Sr Comisario, le esperaba, aquí tiene unas cuantas personas que quieren confesar algunas cosas – dijo Caperucita y corrió a abrazar a su hermana.