Ganador del Concurso Relato Breve 2014

Té para un dragón

(de Caterina Peris)

De lo que pasa cuando se mezclan una alimaña educada, un dragón singular, una pócima mágica… y de lo que sucedió después.

 

Este minúsculo cuento va de muchas cosas, muy molonas todas ellas, pero como con todo, por algún  sitio hay  que  empezar.  ¿Por  el  título?  Sí,  bueno,  ese  también.  Da  una  idea  bastante aproximada de qué va a ir la cosa, pero todos los tejemanejes que rodean al asunto también tienen su aquél.

Y para seguir podría comenzar de muchas maneras, sencillas o espectaculares,   pero como entre lo pequeño y lo grande me quedo con los detalles que son la sal de las historias, aprovecho para presentar a Kepler.

Kepler es un lirón, más concretamente un  “lirón careto”¹, tal y como le gusta especificar a él, sobre todo desde que por error se bebió una poción contra el cante de axila de una joven bruja muy despistada, y ahora habla. Además, a pesar de su pequeñísimo tamaño (aunque él aclara a todo el que lo quiera oír que es un ejemplar grande), en él cabe toda la educación y refinamiento británicos, algo de lo que está muy orgulloso. Sus peculiaridades serán muy importantes en esta historieta, como se verá en breve.

Kepler  es  un  aventurero  desde  que  él  y  dicha  bruja  ayudasen  a  una  princesa  encantada  a encontrar su verdadero yo… un <<yo>> más peludo, con dientes, garras y una gran afición por aullar a la luna llena. Desde entonces se han dedicado a pasearse por todo lo ancho y alto del reino (ciertamente, con una vieja escoba mágica tuneada que apenas puede con su alma, muy alto  no  han  llegado)  en  busca  de  peripecias y entuertos  que  resolver,  a  lo Quijote  y  Sancho contemporáneos  si  al  lector  le  place  el  símil,  aunque  sólo  un  puñado  de  sus  aventuras  (o desventuras) han llegado a nuestras ávidas manos.

Pero oh, ahora el valiente roedor anda sólo – él no tiene ataduras, no señor, es un espíritu libre –  y buscando pasar un buen rato, una inocente raíz en el camino hizo que se diera un buen sopapo.  (No  era  un  roedor  muy  ágil,  sobre  todo  desde  que  su  recién  estrenada  naturaleza dicharachera, romancera y en ocasiones muy cabal le descubriera una pasión desenfrenada por el té con pastas. Todas las pastas).

El árbol responsable de tamaño incidente mostraba un curioso cartel pinchado en su corteza sin ninguna  ceremonia.  Nuestro  héroe  lo  leyó  –  ya  hemos  dicho  que era  una  alimaña  letrada  –mientras se sacudía el polvo (no soportaba el polvo).

El cartel decía más o menos lo siguiente (lo hemos traducido a nuestra lengua lo más fielmente posible, y las incorrecciones son genuinas).

Hai recompensa gorda!
Para qien al dragon de la montania disele muerte
(I enterramento gratis si no, de todos los pedazos recuperables)

Y a continuación un garabato de algo que parecía más bien una lagartija vomitando naranjada, para ser lo más gráficos posible.

Kepler quedó pensativo, reflexionando y rumiando las posibilidades que tamaña hazaña ofrecía: Convertirse en héroe para llenar el día muermo que se le presentaba, frente a la más probable de las resoluciones, que era convertirse en brocheta de lirón a la brasa.

Era perfecto, necesitaba un poco de acción, ya que se estaba poniendo un poco fondón. Puso rumbo a la montaña sin más dilación.

(Hemos dicho que en ocasiones era muy cabal. Otras no. Además, creemos que tanta aventura lo había vuelto un poco adicto a la adrenalina. Qué se le va a hacer).

Después de un penoso ascenso a la montaña de turno –  una montaña muy típica de los cuentos de  esta  índole:  muy  escarpada,  puntiaguda,  gris  y  despiadada,  con  unos  cuantos  truenos  y relámpagos coronando su cúspide. Estaba muy orgullosa de sus relámpagos.  –  cayó en la cuenta de…No espera. No, simplemente se cayó.

Por un agujerito por el que salía un humo sospechoso, a modo de chimenea muy maja.

Y nuestro héroe vino a dar con sus huesos sobre una piel escamosa verde reptiliano, dura como el diamante, y que se extendía alarmantemente a lo largo y ancho de un dragón 4×4 –  Era un dragón pequeñito, pero está más que justificado el ataque de ansiedad que le sobrevino al lirón.

–  ¿Mmm…? ¿Quién oza interrumpir mi zueño?  –  Una voz  gutural con un acento peculiar salió de las profundidades de aquella criatura monstruosa… Pero la criatura monstruosa se  limitó  a  removerse  un  poco  y  a  roncar  con  una  potencia  pulmonar  digna  de  un huracán. Kepler, por su parte, trató de deslizarse al suelo con elegancia y ligereza, pero tan  sólo  consiguió  caer  con  gran  torpeza.  Y  delante  de  él  se  abrió  un  ojo  enorme  y amarillo, con una fina raja como pupila, que lo miraba con algo parecido a la maldad más absoluta…ah no, indiferencia total y pereza suprema.

–  ¿Y  bien?  ¿Qué  quierez?  –  preguntó  el  ojo.  Kepler  trató  de  detener  el  castañeteo aterrado de todas las partes de su cuerpecillo, y al cabo de un rato, en el que el dragón había aprovechado para dormirse de nuevo, lo consiguió. Y entonces se acordó de algo.

–  ¡Eh! ¡Yo te conozco! – el ojo volvió a abrirse y a mirarlo con un poco de fastidio.

–  ¿Tienez que gritar tanto? – gruñó.

–  Eer, no, claro que no. – Siseó el lirón, que había redescubierto un repentino aprecio por la vida, y un deseo de preservarla a toda costa.

–  Azí está mejor. Tengo buen oído zabez? – dijo malhumorado el dragón.

–  Zí…digoo síi… ¡Como decía, tú eres el dragón Pepito! Te visitamos no hace mucho, la princesa Lila, yo y los demás en tu cueva…a pie plano. ¿Has cambiado de vivienda eh?

–  Ay zí, zufro de muchoz achaquez, y necesitaba un aire máz puro, de alta montaña…

–  Y tan alta…

–  Y  zi  no  recuerdo  mal,  la  última  vez  prometizteiz  vizitarme  –  y  el  ojo  se  estrechó peligrosamente. Y Kepler deseó haberse dedicado a la vida monacal antes que a aquella locura demencial. Tenía que pensar deprisa.

–  ¡…Yyy por eso estoy yo a aquí, hombre, para hacerte una visita! ¡He estado buscándote!¡Pero como te has cambiado de agujero ha sido una sorpresa para mí caerme encima de ti! – concluyó ofreciéndole una sonrisa desesperada.

–  Ah  bueno…Debí  haber  dejado  una  nota…Pero  no  ze  me  da  bien  la  leyenda  y  la ezcribienda.  –  Pepito buscó una posición más cómoda y media gruta crujió sobre sus cabezas.

–  ¡N-no pasa nada, ya te he encontrado! –  maldito castañeteo de dientes –  ¡Aquí estoy yo, porque he venido! Y…estooo…¿cómo te va la vida? – No podía creer la suerte que tenía. Pero no debía bajar la guardia. Más le valía.

–  Puez mu mal, ratita. Tengo muchoz añoz ya, unos quinientoz, y me encuentro fatal. Por laz nochez no puedo dormir y durante el día no puedo ni abrir loz ojoz… Y ez que me duele to,  la garganta me arde de tanto ezcupir fuego, mi eztómago ez un infierno…  -Claro,  el  fuego…-  No,  demaziados  alimentoz  pezadoz…Ezoz caballeroz  no  dejan tranquilo a uno en zu soledad, aunque zea yo un tipo majo,  vegetariano de ezpíritu y quiera  hacer  dieta,  no  hay  manera.    Y  no  quieraz  zaber  cómo  zon  laz  emizionez  por popa…

–  Noo  hace  falta,  graciaz,  esto,  gracias.  Vaya,  y  yo  que  creía  que  los  dragones  eran inmortales, invencibles, omnipotentes, omnisapientes…

–  La edad no perdona a nadie canijo. Y un rezpeto a tuz mayorez…

Y acto seguido el dragón se quedó en Babia, es decir, el mundo mágico al que van aquellos que se desconectan momentáneamente del mundo, mirando al tendido con la mirada más o menos vidriosa,  y al lector le parecerá extraño, lo sé, pero debería esperarse a ver lo que sucede a continuación.

–  ¡Cállate, que no me dejaz oír al infuzorio…! ¡No, ya te dije que no pienzo invertir en bolza! – y cosas así de raras, probablemente en una lengua extranjera y completamente intraducible. Pero a Kepler no le vino del todo de sorpresa, puesto que ya había visto en otra  ocasión  al  dragón  esquizofrénico  en  acción.  Empezaba  a  comprender  que  en realidad, lo que le hacía falta a aquella lagartija monstruosa y pacífica era compañía.

–  ¡Bueno! Creo  que aquí estamos un poco bajos de ánimo.  Y es la hora del té, lo mejor que hay para animarse uno. O dos.  ¿Tres…?

–  Ziete. Zomos muchoz aquí dentro.

–  Ah bueeeno. Es igual, creo que llevo para todos.  –  Se dedicó a rebuscar en las alforjas que llevaba consigo, tan pequeñas que no las habíamos visto hasta ahora. Pero sacó de ellas  tres    paquetitos envueltos en papel marrón y  con un lacito. Era un roedor  muy atento a los detalles.

–  Mira, voy a preparar lo mejor de mi selección personal, aunque todos son maravillosos. Ahora necesito… Oye, ¿no tendrías por ahí algún pote o cazo para hervir el agua?

–  En eze rincón de ahí creo que encontraráz  todo lo que quieraz. Antez había una bruja que ze dedicaba a zuz hechizoz y zortilegioz en ezta cueva. Tenía de to. Pero cuando llegué yo ze fue muy depriza, olvidándoze de zuz cozaz, no zé pod qué.

–  Ya, me lo imagino…Digoo, yo tampoco lo entiendo. – Y se adentró en las profundidades, al hueco libre que dejaba la enorme mole de pata trasera del dragón.

Era una bruja muy  aficionada  a la aromaterapia, por lo visto. En su frenética huida de Pepito, había  dejado  atrás  multitud  de  velitas  aromáticas,  inciensos  a  montones  y  quemadores  de esencias en sitios estratégicos, junto a varios cojines de distintos tamaños y a cada cual más mullido. También había las cosas típicas de una bruja, lo sabía bien él, que había vivido con una. Hierbas sin fin, instrumentos rituales variopintos (mejor no preguntar), un sombrero puntiagudo plegable, escobas de largas distancias  y algunos calderos pequeñitos  junto a uno grandote de peltre, que no decepcionaría a nadie. Ideal para prepararle el té a un dragón.

Lo bueno de una criatura de este tipo es que su presencia propicia suministro de agua caliente, como una caldera enorme que a veces eructa gases tóxicos. Kepler se sirvió del pequeño lago subterráneo y humeante y de algunas hierbas de la bruja y unas pocas más que crecían a la entrada de la cueva.

Con  gran  pompa  y  circunstancia  echó  el  contenido  íntegro  de  sus  preciados  paquetes  a  los calderos, que burbujeaban  alegremente bajo un fuego crepitante. Además añadió aquí y a allá las hierbas, miel o un poquito de leche . É voilà.

Mientras  trabajaba  en  su  adorado  ritual  personal,  Pepito  lo  observaba  con  gran  curiosidad pintada  en  sus ojos  amarillos, mecidos ambos  por  un  ambiente  de  luces tenues,  los  aromas exóticos y la música de las profundidades de la tierra.

–  Me ziento perdido y confuzo. Bajé a la aldea a buscar una cura para miz dolenziaz, pero no  encontré  nada.  Encima  estaba  coztipado,  tozí  un  poco  y  quemé  zin  querer  unaz cuantaz  cazaz  y  tiendaz,  azí  que  mejor  ya  no  preguntarlez,  aunque  yo  intenté  zer educado. Dezde entonzez vienen a molestarme cada poco con zuz palilloz puntiagudoz. –  Los “palilloz”, digoo, palillos, eran unas cuantas espadas por ahí tiradas, oxidadas y requemadas. – La gente a vecez ez muy pezada.

–  Claro, si es que no hay manera…Glups…Bueno, esto ya está.

–  ¿Y qué ez eze brebaje? ¿Ez mágico?

–  Mucho. Ten…

…primero éste.

El contenido del primer caldero desapareció en las fauces del dragón… Que sintió cómo pasaba por su lengua dolorida y su garganta quemada, hasta asentarse suavemente en su estómago.

–  Eztá…¡Deliziozo!

–  Ajá! ¡Ya sabía yo que te gustaría! Eso es nada menos que Pu Erh  de Primera Selección, aderezado  con  canela  y  limón,  y  un  poquito  de  miel,  para  que  mejore  tu  garganta dolorida.  Además  la  canela  es  infalible  para  despertar  tus  papilas  gustativas adormecidas con tanto humo, ¿a que sí?

–  ¡Increíble! ¡Ez verdad!

–  Y  la  teobromina  te  ayudará  además  a  espabilar  tu  adormecida  cabezota.  Toma  éste ahora.

Y Pepito se tomó el segundo caldero con gran entusiasmo. Y se relamió y todo.

–  Ah, ¿te gusta eh? Eso es un Rooibos, con aroma de calabaza y manzana  asada, que se demora en el paladar deleitándote hasta un rato después. Tan mágico como una noche de  Halloween  a  la  luz  de  la  luna  llena.  Ideal  además  para  tu estómago ardiente  y  la hipertensión de los sabios, y así poder dormir plácidamente.

–  ¡Necesito diez barriles de esto ahora mismo!

–  ¡Vaya, y te está mejorando la voz y todo! Pero espera, que queda el último.

Y empujó el gran caldero hacia Pepito, el cual lo tomó como un vasito para degustarlo. Empezaba a cogerle el tranquillo. Los ojos le brillaron con renovada energía.

–  Y eso, amigo mío, es English Breakfast, mi favorito entre favoritos. Para que desayunes cada mañana vitalidad de sobra para todo el día. Te sentirás fuerte como un roble. Y
además, con leche está riquísimo.

Y Pepito rompió a reír, con carcajadas que hicieron retumbar aquella grieta en la madre tierra, encantado  con  aquél  remedio  hechizante,  aquél  ritual  cotidiano  que  cabe  tan  bien  en  una historia  fantástica  como  encajan  la  preparación  metódica,  casi  mágica,  de  una  taza  de  té  y acompañarla con un buen libro a la luz de una vela.

¿Y qué fue de este par de dos? Pues Kepler siguió con sus aventuras, un poco más ligero de equipaje  y  de  temeridades,  pero  con  la  promesa  sincera  de  volver  regularmente  a  visitar  al dragón,  que  le  había  devuelto  la  cueva  a  la  bruja  y  él  y  sus  seis  personalidades  se  habían trasladado a una colina llena de girasoles y dueña de un atardecer espectacular. Y  que estaba justo al lado de una aldea cuya especialidad era la preparación del té.

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¹ Tan imponente como un ratón con una especie de antifaz y orejotas.
²  Cosa  que  habrías  hecho  tú  también  si  estando  tan  tranquilo  en  tu  casa  una  enorme  testa escamosa llena de cuernos y dientes aparece y te dice hola.

Caterina Peris Ferrús

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RELATOS BREVES GANADORES DE OTRAS EDICIONES

 

2013 – La Casa del Té, de Mª Dolores Haro.

2012 – Te de Nadal, de Mariló Àlvarez.

2011 – Té para un moribundo, de David Valero.