Té para un dragón
(de Caterina Peris)
De lo que pasa cuando se mezclan una alimaña educada, un dragón singular, una pócima mágica… y de lo que sucedió después.
Este minúsculo cuento va de muchas cosas, muy molonas todas ellas, pero como con todo, por algún sitio hay que empezar. ¿Por el título? Sí, bueno, ese también. Da una idea bastante aproximada de qué va a ir la cosa, pero todos los tejemanejes que rodean al asunto también tienen su aquél.
Y para seguir podría comenzar de muchas maneras, sencillas o espectaculares, pero como entre lo pequeño y lo grande me quedo con los detalles que son la sal de las historias, aprovecho para presentar a Kepler.
Kepler es un lirón, más concretamente un “lirón careto”¹, tal y como le gusta especificar a él, sobre todo desde que por error se bebió una poción contra el cante de axila de una joven bruja muy despistada, y ahora habla. Además, a pesar de su pequeñísimo tamaño (aunque él aclara a todo el que lo quiera oír que es un ejemplar grande), en él cabe toda la educación y refinamiento británicos, algo de lo que está muy orgulloso. Sus peculiaridades serán muy importantes en esta historieta, como se verá en breve.
Kepler es un aventurero desde que él y dicha bruja ayudasen a una princesa encantada a encontrar su verdadero yo… un <<yo>> más peludo, con dientes, garras y una gran afición por aullar a la luna llena. Desde entonces se han dedicado a pasearse por todo lo ancho y alto del reino (ciertamente, con una vieja escoba mágica tuneada que apenas puede con su alma, muy alto no han llegado) en busca de peripecias y entuertos que resolver, a lo Quijote y Sancho contemporáneos si al lector le place el símil, aunque sólo un puñado de sus aventuras (o desventuras) han llegado a nuestras ávidas manos.
Pero oh, ahora el valiente roedor anda sólo – él no tiene ataduras, no señor, es un espíritu libre – y buscando pasar un buen rato, una inocente raíz en el camino hizo que se diera un buen sopapo. (No era un roedor muy ágil, sobre todo desde que su recién estrenada naturaleza dicharachera, romancera y en ocasiones muy cabal le descubriera una pasión desenfrenada por el té con pastas. Todas las pastas).
El árbol responsable de tamaño incidente mostraba un curioso cartel pinchado en su corteza sin ninguna ceremonia. Nuestro héroe lo leyó – ya hemos dicho que era una alimaña letrada –mientras se sacudía el polvo (no soportaba el polvo).
El cartel decía más o menos lo siguiente (lo hemos traducido a nuestra lengua lo más fielmente posible, y las incorrecciones son genuinas).
Hai recompensa gorda!
Para qien al dragon de la montania disele muerte
(I enterramento gratis si no, de todos los pedazos recuperables)
Y a continuación un garabato de algo que parecía más bien una lagartija vomitando naranjada, para ser lo más gráficos posible.
Kepler quedó pensativo, reflexionando y rumiando las posibilidades que tamaña hazaña ofrecía: Convertirse en héroe para llenar el día muermo que se le presentaba, frente a la más probable de las resoluciones, que era convertirse en brocheta de lirón a la brasa.
Era perfecto, necesitaba un poco de acción, ya que se estaba poniendo un poco fondón. Puso rumbo a la montaña sin más dilación.
(Hemos dicho que en ocasiones era muy cabal. Otras no. Además, creemos que tanta aventura lo había vuelto un poco adicto a la adrenalina. Qué se le va a hacer).
Después de un penoso ascenso a la montaña de turno – una montaña muy típica de los cuentos de esta índole: muy escarpada, puntiaguda, gris y despiadada, con unos cuantos truenos y relámpagos coronando su cúspide. Estaba muy orgullosa de sus relámpagos. – cayó en la cuenta de…No espera. No, simplemente se cayó.
Por un agujerito por el que salía un humo sospechoso, a modo de chimenea muy maja.
Y nuestro héroe vino a dar con sus huesos sobre una piel escamosa verde reptiliano, dura como el diamante, y que se extendía alarmantemente a lo largo y ancho de un dragón 4×4 – Era un dragón pequeñito, pero está más que justificado el ataque de ansiedad que le sobrevino al lirón.
– ¿Mmm…? ¿Quién oza interrumpir mi zueño? – Una voz gutural con un acento peculiar salió de las profundidades de aquella criatura monstruosa… Pero la criatura monstruosa se limitó a removerse un poco y a roncar con una potencia pulmonar digna de un huracán. Kepler, por su parte, trató de deslizarse al suelo con elegancia y ligereza, pero tan sólo consiguió caer con gran torpeza. Y delante de él se abrió un ojo enorme y amarillo, con una fina raja como pupila, que lo miraba con algo parecido a la maldad más absoluta…ah no, indiferencia total y pereza suprema.
– ¿Y bien? ¿Qué quierez? – preguntó el ojo. Kepler trató de detener el castañeteo aterrado de todas las partes de su cuerpecillo, y al cabo de un rato, en el que el dragón había aprovechado para dormirse de nuevo, lo consiguió. Y entonces se acordó de algo.
– ¡Eh! ¡Yo te conozco! – el ojo volvió a abrirse y a mirarlo con un poco de fastidio.
– ¿Tienez que gritar tanto? – gruñó.
– Eer, no, claro que no. – Siseó el lirón, que había redescubierto un repentino aprecio por la vida, y un deseo de preservarla a toda costa.
– Azí está mejor. Tengo buen oído zabez? – dijo malhumorado el dragón.
– Zí…digoo síi… ¡Como decía, tú eres el dragón Pepito! Te visitamos no hace mucho, la princesa Lila, yo y los demás en tu cueva…a pie plano. ¿Has cambiado de vivienda eh?
– Ay zí, zufro de muchoz achaquez, y necesitaba un aire máz puro, de alta montaña…
– Y tan alta…
– Y zi no recuerdo mal, la última vez prometizteiz vizitarme – y el ojo se estrechó peligrosamente. Y Kepler deseó haberse dedicado a la vida monacal antes que a aquella locura demencial. Tenía que pensar deprisa.
– ¡…Yyy por eso estoy yo a aquí, hombre, para hacerte una visita! ¡He estado buscándote!¡Pero como te has cambiado de agujero ha sido una sorpresa para mí caerme encima de ti! – concluyó ofreciéndole una sonrisa desesperada.
– Ah bueno…Debí haber dejado una nota…Pero no ze me da bien la leyenda y la ezcribienda. – Pepito buscó una posición más cómoda y media gruta crujió sobre sus cabezas.
– ¡N-no pasa nada, ya te he encontrado! – maldito castañeteo de dientes – ¡Aquí estoy yo, porque he venido! Y…estooo…¿cómo te va la vida? – No podía creer la suerte que tenía. Pero no debía bajar la guardia. Más le valía.
– Puez mu mal, ratita. Tengo muchoz añoz ya, unos quinientoz, y me encuentro fatal. Por laz nochez no puedo dormir y durante el día no puedo ni abrir loz ojoz… Y ez que me duele to, la garganta me arde de tanto ezcupir fuego, mi eztómago ez un infierno… -Claro, el fuego…- No, demaziados alimentoz pezadoz…Ezoz caballeroz no dejan tranquilo a uno en zu soledad, aunque zea yo un tipo majo, vegetariano de ezpíritu y quiera hacer dieta, no hay manera. Y no quieraz zaber cómo zon laz emizionez por popa…
– Noo hace falta, graciaz, esto, gracias. Vaya, y yo que creía que los dragones eran inmortales, invencibles, omnipotentes, omnisapientes…
– La edad no perdona a nadie canijo. Y un rezpeto a tuz mayorez…
Y acto seguido el dragón se quedó en Babia, es decir, el mundo mágico al que van aquellos que se desconectan momentáneamente del mundo, mirando al tendido con la mirada más o menos vidriosa, y al lector le parecerá extraño, lo sé, pero debería esperarse a ver lo que sucede a continuación.
– ¡Cállate, que no me dejaz oír al infuzorio…! ¡No, ya te dije que no pienzo invertir en bolza! – y cosas así de raras, probablemente en una lengua extranjera y completamente intraducible. Pero a Kepler no le vino del todo de sorpresa, puesto que ya había visto en otra ocasión al dragón esquizofrénico en acción. Empezaba a comprender que en realidad, lo que le hacía falta a aquella lagartija monstruosa y pacífica era compañía.
– ¡Bueno! Creo que aquí estamos un poco bajos de ánimo. Y es la hora del té, lo mejor que hay para animarse uno. O dos. ¿Tres…?
– Ziete. Zomos muchoz aquí dentro.
– Ah bueeeno. Es igual, creo que llevo para todos. – Se dedicó a rebuscar en las alforjas que llevaba consigo, tan pequeñas que no las habíamos visto hasta ahora. Pero sacó de ellas tres paquetitos envueltos en papel marrón y con un lacito. Era un roedor muy atento a los detalles.
– Mira, voy a preparar lo mejor de mi selección personal, aunque todos son maravillosos. Ahora necesito… Oye, ¿no tendrías por ahí algún pote o cazo para hervir el agua?
– En eze rincón de ahí creo que encontraráz todo lo que quieraz. Antez había una bruja que ze dedicaba a zuz hechizoz y zortilegioz en ezta cueva. Tenía de to. Pero cuando llegué yo ze fue muy depriza, olvidándoze de zuz cozaz, no zé pod qué.
– Ya, me lo imagino…Digoo, yo tampoco lo entiendo. – Y se adentró en las profundidades, al hueco libre que dejaba la enorme mole de pata trasera del dragón.
Era una bruja muy aficionada a la aromaterapia, por lo visto. En su frenética huida de Pepito, había dejado atrás multitud de velitas aromáticas, inciensos a montones y quemadores de esencias en sitios estratégicos, junto a varios cojines de distintos tamaños y a cada cual más mullido. También había las cosas típicas de una bruja, lo sabía bien él, que había vivido con una. Hierbas sin fin, instrumentos rituales variopintos (mejor no preguntar), un sombrero puntiagudo plegable, escobas de largas distancias y algunos calderos pequeñitos junto a uno grandote de peltre, que no decepcionaría a nadie. Ideal para prepararle el té a un dragón.
Lo bueno de una criatura de este tipo es que su presencia propicia suministro de agua caliente, como una caldera enorme que a veces eructa gases tóxicos. Kepler se sirvió del pequeño lago subterráneo y humeante y de algunas hierbas de la bruja y unas pocas más que crecían a la entrada de la cueva.
Con gran pompa y circunstancia echó el contenido íntegro de sus preciados paquetes a los calderos, que burbujeaban alegremente bajo un fuego crepitante. Además añadió aquí y a allá las hierbas, miel o un poquito de leche . É voilà.
Mientras trabajaba en su adorado ritual personal, Pepito lo observaba con gran curiosidad pintada en sus ojos amarillos, mecidos ambos por un ambiente de luces tenues, los aromas exóticos y la música de las profundidades de la tierra.
– Me ziento perdido y confuzo. Bajé a la aldea a buscar una cura para miz dolenziaz, pero no encontré nada. Encima estaba coztipado, tozí un poco y quemé zin querer unaz cuantaz cazaz y tiendaz, azí que mejor ya no preguntarlez, aunque yo intenté zer educado. Dezde entonzez vienen a molestarme cada poco con zuz palilloz puntiagudoz. – Los “palilloz”, digoo, palillos, eran unas cuantas espadas por ahí tiradas, oxidadas y requemadas. – La gente a vecez ez muy pezada.
– Claro, si es que no hay manera…Glups…Bueno, esto ya está.
– ¿Y qué ez eze brebaje? ¿Ez mágico?
– Mucho. Ten…
…primero éste.
El contenido del primer caldero desapareció en las fauces del dragón… Que sintió cómo pasaba por su lengua dolorida y su garganta quemada, hasta asentarse suavemente en su estómago.
– Eztá…¡Deliziozo!
– Ajá! ¡Ya sabía yo que te gustaría! Eso es nada menos que Pu Erh de Primera Selección, aderezado con canela y limón, y un poquito de miel, para que mejore tu garganta dolorida. Además la canela es infalible para despertar tus papilas gustativas adormecidas con tanto humo, ¿a que sí?
– ¡Increíble! ¡Ez verdad!
– Y la teobromina te ayudará además a espabilar tu adormecida cabezota. Toma éste ahora.
Y Pepito se tomó el segundo caldero con gran entusiasmo. Y se relamió y todo.
– Ah, ¿te gusta eh? Eso es un Rooibos, con aroma de calabaza y manzana asada, que se demora en el paladar deleitándote hasta un rato después. Tan mágico como una noche de Halloween a la luz de la luna llena. Ideal además para tu estómago ardiente y la hipertensión de los sabios, y así poder dormir plácidamente.
– ¡Necesito diez barriles de esto ahora mismo!
– ¡Vaya, y te está mejorando la voz y todo! Pero espera, que queda el último.
Y empujó el gran caldero hacia Pepito, el cual lo tomó como un vasito para degustarlo. Empezaba a cogerle el tranquillo. Los ojos le brillaron con renovada energía.
– Y eso, amigo mío, es English Breakfast, mi favorito entre favoritos. Para que desayunes cada mañana vitalidad de sobra para todo el día. Te sentirás fuerte como un roble. Y
además, con leche está riquísimo.
Y Pepito rompió a reír, con carcajadas que hicieron retumbar aquella grieta en la madre tierra, encantado con aquél remedio hechizante, aquél ritual cotidiano que cabe tan bien en una historia fantástica como encajan la preparación metódica, casi mágica, de una taza de té y acompañarla con un buen libro a la luz de una vela.
¿Y qué fue de este par de dos? Pues Kepler siguió con sus aventuras, un poco más ligero de equipaje y de temeridades, pero con la promesa sincera de volver regularmente a visitar al dragón, que le había devuelto la cueva a la bruja y él y sus seis personalidades se habían trasladado a una colina llena de girasoles y dueña de un atardecer espectacular. Y que estaba justo al lado de una aldea cuya especialidad era la preparación del té.
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¹ Tan imponente como un ratón con una especie de antifaz y orejotas.² Cosa que habrías hecho tú también si estando tan tranquilo en tu casa una enorme testa escamosa llena de cuernos y dientes aparece y te dice hola.
Caterina Peris Ferrús
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RELATOS BREVES GANADORES DE OTRAS EDICIONES
2013 – La Casa del Té, de Mª Dolores Haro.
2012 – Te de Nadal, de Mariló Àlvarez.
2011 – Té para un moribundo, de David Valero.