Toma… te
(de Esther Domingo Soto)
«¡Qué tienda más rara! ¿Y aquí venden tomates?» –pensó, echando un vistazo a su alrededor.
La tienda era bastante estrecha y alargada. Un mostrador que también hacía las veces de barra de bar que un hombre bastante joven estaba frotando enérgicamente con una bayeta. A su espalda, infinidad de cajoncitos marcados con nombres exóticos: Sri Lanka, Taiwan, Oolong, Pu erh, Nepal, Indonesia y muchos más. Unos taburetes blancos y unas cuantas mesitas con sillas de hierro muy historiadas demostraban que, además de tomates, allí había una cafetería. «Como la gente ahora es tan rara, seguro que lo último son los batidos de tomate a la espuma de ese Oolong o yo qué sé las porquerías que harán –razonó, un poco despistada– Ya que estoy aquí, preguntaré por los tomates aunque esta tienda no tiene pinta de vender nada con que hacer una ensalada»
El hombre de la bayeta miró a la señora que más que un cliente parecía un pulpo en un garaje. Seguro que era de esas personas que piden té por la marca más popular y que no tienen ni idea de lo vasto que es el universo del té.
–¿Qué le pongo? –preguntó, animoso.
La señora afianzó las gafas en el puente de la nariz. –Perdone, es que tengo que cambiar de gafas. Con éstas no veo un burro a tres patas. Y menos leer los cartelitos de allí –señaló los cajoncitos más alejados.
–Por eso no se preocupe. Yo la ayudo. ¿Cómo lo prefiere? Tenemos verde, blanco, Oolong o azul, negro o Pu erh –soltó toda la retahíla de nombres de una tacada por eso, aprovechando que la señora lo miraba asombrada, se tomo unos segundos para respirar.
¿Verde, negro, blanco? ¿Desde cuándo los tomates son negros? ¡Qué asco! Claro, con tantos laboratorios, algo raro tenía que salir de ahí. Yo los quiero rojos y maduritos. ¿Y por qué habla en singular? ¿Se cree que voy a comprar sólo uno? Claro –razonó– como, con tanto divorcio, ahora hay mucha gente que vive sola, a lo mejor se lleva comprar poca cantidad. Es natural” –Pues verá, no estoy muy segura…
–Tranquila. Primero, empecemos por el continente –enumeró contando con los dedos– ¿Asiático, africano, europeo…?
–Europeo –cortó la señora que, por primera vez empezaba a pisar terreno conocido.
–Pues es una pena, porque los mejores son los asiáticos, mis preferidos. Por ejemplo, los de China…
La señora, ajena a las preferencia en materia de tés de su interlocutor, divagaba a más y mejor.
¿También aquí se meten los chinos? ¿No les llega con los bazares? No tengo nada contra ellos pero habiendo en España tan buenos tomates, excusaban de comprarlos al extranjero. Nuestros agricultores pasándolas canutas y claro…
El dependiente, que descansaba tras una extensa parrafada, la miraba, expectante.
–¿Qué, nos quedamos con el chino?
–»Cualquiera dice que no» La señora se rindió ante tanta locuacidad. –Si dice que es tan bueno… –hombros encogidos, cara de resignación.
–Desde luego. Y también hay que tener en cuenta que, después de muchas investigaciones –ahora el tono era académico a más no poder– los científicos han encontrado hasta veinticinco razones para tomar el verde. Imagine que la protege contra el Parkinson, previene las arrugas –la cliente se llevó una mano a la cara para comprobar si las suyas seguían en su sitio y eran tan profundas que llamaran la atención de aquel mozo–, la obesidad –ahí no hizo falta hacer ninguna comprobación. Le sobraban unos kilitos, era verdad –fortalece la memoria, previene las caries –»haberlo sabido antes. Me hubiera ahorrado un pastón en el dentista» – reduce los niveles de glucosa en sangre…
«La verdad es que este hombre sabe bastante más que mi médico. ¿Por qué nunca me contó todo esto?» –la cliente rabiaba a más y mejor. –¿De verdad hace todo eso?
–Y mucho más. «Caramba con los tomates. Quién lo diría.» –se asombró para sus adentros. El dependiente que veía que la clienta no se decidía por el té verde, eligió otro camino para demostrar lo mucho que sabía del tema y vender, si era posible venderle algo a alguien tan indeciso.
–Claro, que si le gusta aromatizado puede elegir entre variedades con flores, frutas, especias…
El gesto sorprendido estaba siendo sustituido por uno de aprensión, casi repelús. El dependiente la miró asombrado, temiendo que le diera un patatús.
–Señora, ¿qué le pasa? ¿Se encuentra bien?
–Sí, es que me estoy volviendo tarumba. No sabía que había tantas variedades de tomates. Yo sólo conozco los de toda la vida.
–¿Tomates? ¿Quiere usted comprar tomates?
–Para una ensaladita. Ya sabe, con cebolla picada y…
–Aquí no vendemos tomates. ¿O es que no se ha dado cuenta?
–La verdad es que no veo ninguno. –Mirada a los cajoncitos.
–Porque aquí vendemos té. ¿Me comprende? Té.
–¡Por Dios! ¡Qué despiste! Es que estoy dejando la medicación para la alergia y tengo unos lapsus. Perdone, por favor.
El dependiente no sabía si arañarla o compadecerla. Se decidió por lo último.
–No se preocupe, no pasa nada. Pero, ¿por qué vino aquí en lugar de a una frutería?
–Fue cosa de una de las amigas del grupo de la piscina. Ayer le contaba que quería adelgazar un poco y me dijo «tomate, que es lo mejor. Tomate»
La boca del dependiente se estiró en una sonrisa que intentaba convertirse en carcajada. Por suerte, pudo evitar soltar una risotada. Por consideración a aquella pobre que estaba hasta colorada por su metedura de pata.
–¿No le diría «toma té que es lo mejor? ¿ Toma té»?
–Creo que eso fue lo que dijo. ¡Qué vergüenza! En fin, tiene que perdonarme. Le hecho perder el tiempo.
–Tranquila –el dependiente estaba deseando contar la anécdota con pelos y señales. –Bueno, ¿Qué? ¿Le pongo té? Ahora ya sabe lo beneficioso que es.
–Muy agradecida pero, sinceramente, el té no me gusta mucho. Lo que necesito es comprar unos tomates. ¿Sabe si hay alguna frutería por aquí cerca?
El dependiente corrió a hacerse una tacita de té verde que, entre otras veintitantas buenas razones para tomarlo, también reduce el estrés.
Esther Domingo Soto
Relatos Breves Ganadores de Otras Ediciones
2015 – Visitantes Nocturnos, de María José Ceruti.
2014 – Té para un Dragón, de Caterina Peris.
2013 – La Casa del Té, de Mª Dolores Haro.
2012 – Te de Nadal, de Mariló Àlvarez.
2011 – Té para un moribundo, de David Valero.