La Tacita Humeante
(de Mireia Costa Pérez)
En la tetería de la señorita Perkins no tienen cabida los problemas. Se podría decir que hay que dejarlos fuera al entrar; pero, más bien, lo que ocurre realmente es que se quedan dentro de alguna forma. Esto es algo tan cierto como que el sol sale cada día y la luna cada noche, pero es tratado por todos como una especie de secreto a voces al que nadie logra darle explicación.
—¿Está libre nuestra mesa de siempre, querida? —preguntó la anciana, oteando el fondo del local.
—Por supuesto, señora Rosings. No se la daría a nadie más que a las mejores jugadoras de bridge del pueblo —respondió la señorita Perkins con una sonrisa.
—Oh, no me seas zalamera… Aun así, no he conseguido que te unas a nosotras ni una sola vez —protestó la mujer.
—Apostamos con algo más que calderilla —añadió otra de las señoras, guiñando el ojo con entrañable picardía.
—Sí, juegan ustedes muy en serio, demasiado para mí —se resistió la dueña, haciéndolas pasar al fondo hasta una mesa redonda con un mantel azul cielo bajo un tapete de ganchillo y cómodos silloncitos alrededor.
La señorita Perkins llegó unos pocos años atrás envuelta en un halo de misterio. Compró una antigua cafetería y la remodeló a su gusto particular para transformarla en La Tacita Humeante. Poco se sigue sabiendo de la enigmática mujer a día de hoy, salvo por los escasos detalles que ella misma suministra con cuentagotas a los curiosos merecedores de conocer tales pormenores.
—Lo de siempre, ¿verdad? —preguntó, conociendo la respuesta de antemano.
—Desde luego. Y añade una botellita de ya-sabes-qué —pidió la misma mujer casi susurrando, antes de añadir—: Hoy estamos de celebración.
—Estupendo. Cuando esté de vuelta espero que me cuenten a qué se debe el honor—se despidió con una media sonrisa la señorita Perkins.
Volvió a la barra frente a la entrada y le pidió a Lily, su única empleada, que preparara y llevara la bandeja con galletas variadas y scones para tan particulares clientas. Lily estudiaba en la universidad, pero los fines de semana volvía a casa y ganaba un dinero extra ayudando en la tetería cuando más trabajo había.
La señorita Perkins, por su parte, puso el agua a hervir para el té de las buenas señoras. Tras comprobar que ya habían transcurrido los minutos correspondientes del infusor que había dejado reposar antes, llevó la bandeja con las tazas a la pareja que esperaba impaciente en una de las mesas al lado de los ventanales.
—Aquí tenéis: Earl Grey con un toque de limón… y otro toque de la casa —dijo con un guiño mientras colocaba la tetera en el medio y las tazas de porcelana frente a los jóvenes.
Los dos chicos intercambiaron una mirada de entusiasmo, deseosos de probar por primera vez la reconfortante —y, con suerte, milagrosa— bebida del afamado establecimiento. Le dedicaron un pulgar hacia arriba de aprobación a Lily cuando salía de la barra con los dulces para las jugadoras de cartas. Si habían cambiado su frappé de cadena de cafeterías de la ciudad por una tetería de pueblo había sido por insistencia de ella, que les había convencido para venir a probar las bondades del té de la señorita Perkins. Les había asegurado que el viaje valdría la pena, y ellos aceptaron, aunque le restaron importancia con el escepticismo del que no sabe hasta qué punto un pequeño gesto puede cambiarle a alguien la vida.
—Querida, ¿tú no te unirías a nosotras? Solo una partida —La señora Rosings probó suerte con Lily tras el fallido intento de captar a la dueña.
—Lo siento, hoy hay mucho trabajo —se excusó ella mientras hacía hueco en el centro de la mesa para dejar la bandeja—. Además, se me dan fatal las cartas.
—En fin, no hay manera de encontrar a alguien que sustituya a Betty… —se lamentó otra de las mujeres del grupo—. La pobre está encerrada en casa con un resfriado de narices.
—Pues entonces le diré a la señorita Perkins que le prepare una de sus infusiones especiales, con eso mejorará en seguida y podrá unirse a ustedes de nuevo.
—Eres un cielo, Lily. Y la señorita Perkins también —apuntó la primera mujer, antes de echar mano de una rechoncha galleta de mantequilla y chocolate.
Dejó a las señoras a lo suyo y volvió junto a la señorita Perkins, que ya estaba a punto de llevar el té verde con menta y la botellita especial que le habían pedido. Lily le comunicó lo del resfriado de la vieja Betty y esta tomó nota mental del encargo, pensando ya en la mezcla de hierbas que usaría para su remedio casero.
—¿Puedes atender a esas dos chicas que han llegado? La mesa al lado de la lámpara de pie —le pidió, señalando con la cabeza mientras cogía con cuidado la bandeja—. Yo tengo que volver con nuestras queridas jugadoras para que me cuenten las novedades, ya sabes.
—Claro, ahora mismo les tomo nota. Y no se deje arrastrar por ellas, ya sabe cómo se ponen cuando empiezan con sus copitas.
—Tranquila, Lily: sé manejarlas —contestó con un guiño antes de salir con decisión hacia el fondo.
La chica movió la cabeza pensando en la paciencia de la señorita Perkins y cogió el mini bloc de notas para ir a la mesa donde esperaban las dos nuevas clientas, cuyos ojos vacilantes aún recorrían la carta de arriba abajo.
—¿Primera vez en La Tacita, chicas? —saludó Lily con amabilidad.
—Sí —respondió con algo de timidez la chica de pelo rubio hasta la cintura situada a su derecha.
—Bueno, sé que la carta puede abrumar un poco con tanta variedad —dijo la joven a modo tranquilizador—. Si estáis indecisas os aconsejo dejar que elija por vosotras la señorita Perkins, la dueña de la tetería.
Las chicas intercambiaron miradas dubitativas, sin saber muy bien qué decir, hasta que la de pelo corto a la izquierda de Lily habló por las dos:
—Dejaremos que elija la dueña, mejor.
—Sabia decisión —replicó ella con un guiño—. ¿Queréis galletas, alguna tarta…?
Unos segundos de silencio y más intercambio de miradas, y esta vez tomó la iniciativa la primera chica:
—Los dulces puedes elegirlos tú, si no es molestia —dijo con una ligera sonrisa.
Lily respondió con otra sonrisa, una de esas que le hacía entrecerrar los ojos, y se fue pensando que aquella chica rubia tenía los hoyuelos más adorables que había visto nunca.
La señorita Perkins pasó más tiempo del que había planeado con las jugadoras de cartas, pues, pese a su férrea voluntad, las muy liantas habían conseguido retenerla con la excusa de contarle los últimos cotilleos… y dejar a sus clientes insatisfechos no era una de las políticas del establecimiento. Después de conseguir zafarse y volver a sus obligaciones como jefa de la tetería, las buenas mujeres aún se quedaron un largo rato más entre risas, demandas de otra ronda de té y cartas volando de la mesa. Cuando por fin llegó su hora de marcharse —satisfechas, con energías renovadas y el remedio casero para su amiga ausente—, el local recuperó un poco de tranquilidad, y hasta se podía
escuchar el tenue jazz de los años veinte sonando de fondo.
No le pasaron desapercibidas las miradas furtivas de Lily a la mesa que le había pedido que atendiera y, fuera lo que fuese lo que imaginó que podía estar pasando, la dejó a cargo de llevarles el té y la tarta de zanahoria y limón que acababa de cortar en dos porciones. Ella se dedicó a reordenar los botes de infusiones mientras sonreía para sí
pensando en aquello de «juventud, divino tesoro».
Más tarde, tras un rato de trabajo, risas e intercambio de teléfonos, Lily se encargó de cobrar la cuenta a aquellas chicas que ahora tenían más de una excusa para volver. Poco después fue el turno de sus amigos de la universidad, que se despidieron hasta el lunes con cara de que tendría mucho que contarles. Una ligera sonrisa de suficiencia se dibujó en su rostro al verlos salir más alegres y resueltos de lo que entraron.
Estaba segura de que se irían de allí sin la presión de los exámenes que tanto los agobiaba y que nada conseguía calmar… Nada, excepto el té de la señorita Perkins.
Mireia Costa Pérez
Relatos Breves Ganadores de Ediciones anteriores:
2020 – NO se celebró el Concurso
2019 – Casas Viejas, de Víctor Martínez.
2018 – El Té Cósmico, de Caterina Peris.
2017 – Té Eterno, de Irina Montero.
2016 – Toma…te, de Esther Domingo Soto.
2015 – Visitantes Nocturnos, de María José Ceruti.
2014 – Té para un Dragón, de Caterina Peris.
2013 – La Casa del Té, de Mª Dolores Haro.
2012 – Te de Nadal, de Mariló Àlvarez.
2011 – Té para un moribundo, de David Valero.