Relato Ganador Certamen Relato Breve 2024
La Prueba del Café
Melanie Valle Detry
No era la primera quedada. Conocía ya la dinámica y sus amigas veteranas le habían dejado bien claros los pasos imprescindibles. Primero, quedas en un bar para un café -ella no bebía café, pero daba igual, la expresión estaba más anquilosada que el amor romántico- . Un café, pues, para empezar. Charlas un poco, evalúas. Si hay atracción, que no sea un machirulo, el cuñado que “no es racista ni machista, pero…” ni el seudoespecialista que te cuenta todo lo que no querías saber y que no domina la estructura interrogativa.
– Si pasa la prueba del café, barra libre para quedar cómo te dé la puta gana, Lea.
Estaban sentadas bajo el porche de casa de Paula con un té entre las manos para combatir el frío y las ganas de dormir después de una comida de sábado entre amigas. Un momento alegre, relajante, fácil.
– Yo quedé con uno el viernes, ideal -puntualizó Mónica-. Intercambiamos mensajes el domingo y el lunes, quedamos para el café de cortesía el miércoles y el viernes un paseíto y a casa. Nada de seducciones pesadas e innecesarias. Luego, se fue a su casa, yo dormí tranquilita. Todo bien.
Lea salió de casa y sonrió al recordar las palabras de Mónica, siempre le hacía gracia su desenvoltura. Pero hoy, era diferente. Se había hartado de tés de bolsita sin sabor en terrazas y bares sin gracia ni música agradable. Se había hartado, sobre todo, de conversaciones aburridas y repetidas. Ninguno pasaba el filtro del café. En el momento en que traían las tazas, ella soltaba la bomba de relojería. Trabajo en el aeropuerto.
– ¿En los mostradores o como azafata en los aviones?
– Jooo, debe de cansar un montón ir de un lugar a otro y volver el mismo día, ¿no?
– ¡Qué suerte! A mí me encanta volar. Yo viajaría todos los fines de semana si pudiese permitírmelo. El mes pasado, me fui a Turín, una ciudad preciosa aún no asediada por el turismo de masa. Porque, ¿sabes?, Lisboa, por ejemplo, es una locura. Todos allí somos hormiguitas, unos tras otros para pasar por las mismas calles, ver los mismos sitios y comprar y comer en las mismas franquicias. Yo soy más libre. No me gusta la multitud. Pero viajar, hombre, viajar, eso sí. Y volar es una pasada, aunque yo, si te soy sincero, me duermo nada más sentarme en el avión. No llego a ver ni la demostración de seguridad. Jajaja, aunque con una azafata tan guapa, seguro que estaría atento -guiña el ojo y sonríe.
– ¿Haces vuelos transatlánticos? ¿O sólo por Europa?
Entonces, Lea rompía el hechizo, él con su café de media mañana o para arrancar la tarde, ella con un té o una infusión en una taza minúscula, con la bolsita aplastada en el platito. Soy mecánica. Mecánica de aviones. Cómo le gustaba ver la cara de los que sabían que la habían cagado. Recordando que ella había puesto en su descripción de la app que era feminista. La cara de quien busca cómo arreglar el presupuesto, el estereotipo. Era tan guay que fuera mecánica, no lo hubiese adivinado nunca, qué habrá estudiado, qué bien que ahora las mujeres puedan acceder a todos los puestos de trabajo, será mucha responsabilidad ¿no? Ninguno pasaba el filtro del café y hoy había decidido arriesgarse. No sabía por qué se había fiado, si sólo por cansancio o ¿por su forma de escribir? No sabía si era razonable fiarse de un tipo de quien sólo conocía la sonrisa seductora en una decena de fotos y algunos mensajes bien redactados y sin floritura. No sabía si una mujer podía aventurarse a casa de un desconocido simplemente porque estaba BUENÍSIMO Y TIENE PINTA DE FOLLAR DIVINAMENTE -según opinó su grandilocuente amiga Amanda cuando le compartió fotos-. Qué curva del cuerpo, qué rasgo de la cara hacía la diferencia entre follar divino y violar sin complejo. Pero él le envió una foto de una preciosa taza de café con una hoja dibujada en la espuma de la leche, al pie de la cual proponía prepararle uno en su piso o dar un paseo en el parque si lo prefería. Ella aceptó la invitación a su casa, pero declinó el café. No bebo café. También tenía tés. Té verde, té macha, té chai, vino, cerveza. Sin excusa válida, Lea fijó la cita para el día siguiente a las 16.00. Le pareció una hora prudente.
Se metió en el metro. Leotardos negros, falda vaquera, ligeramente maquillada, pendientes de la suerte. Vestida de mujer guapa y empoderada que se iba a comer el mundo. Y si no el mundo, que al menos ese tío le coma el coño. Se sonrojó. No podía reconocerse en ese lenguaje. Igual tampoco en esa mujer empoderada. Aunque, si no salía bien, si esto de hoy no fuese más que otro té descafeinado, fuera aplicaciones y a bailar con las amigas. De vuelta a la seducción 1.0. Subió las escaleras para alcanzar la calle, reajustó su pelo y miró cómo llegar hasta la ubicación enviada. Estaba a cuatro minutos. Según se acercaba, sintió cómo sudaba y amainó el paso. Es que meterse en su casa, directamente. Sin pasar la prueba del café. Cogió a la derecha. Quizá mejor dejarlo, aún estaba a tiempo para dar la vuelta, escribirle con cualquier excusa, su hijo malo, una urgencia en el trabajo. Número 52, casi estaba. Levantó lo ojos y lo vio que la saludaba desde el balcón. Respondió al saludo y caminó los pocos metros que quedaban para llamar al timbre. Directamente a su casa. Así de fresca. Así de insensata. Porque si le pasaba algo, ya sabía de quién sería la culpa. Subió por las escaleras, con calma para no llegar sin aliento. Para tranquilizar estos nudos que le retorcían las tripas. Inspira, Lea, un dos tres cuatro, suelta, ligero, tú puedes, cuatro tres dos uno. Estás loca. Es que no lo conoces. La puerta estaba abierta y allí estaba, esperándola sonriente. Dos besos. Puedes quitarte los zapatos, por favor. ¿Té, entonces? Vale. ¿Matcha, Chai, verde con limón? Muéstrate segura, no dudes. Chai. ¿Leche de vaca o avena? Avena, gracias.
– Claro, eres vegana ¿verdad?
– Vegetariana, pero tampoco abuso de los lácteos. ¿Tú?
– Yo no. Como de todo, pero sin abusar de nada tampoco —la miró sonriente. No estaba tan bueno buenísimo como en las fotos, pero era guapo. La sonrisa y la mirada sexys, eso sí. Bajito, ropa cómoda, piso limpio y súper despejado, en plan minimalista, algunas plantitas. Bien.
– ¿Nos sentamos?
Dejó las tazas de té humeante sobre una mesita y se sentaron a una distancia cautelosa en el sofá. Hablaron de la Toscana, de donde venía él y ella le contó que justamente estaba acabando una novela en el que una de las protagonistas se iba a vivir a un pueblo perdido cerca de Florencia. Tras unos diez minutos se callaron y, mientras Lea buscaba por dónde encaminar la conversación, él le preguntó, de buenas a primeras, qué tipo de relación buscaba. Igual ésa era su prueba del café y él también disfrutaba de las caras que ponían las chicas con quienes quedaba. Pero allí estaba, serio, paciente. Desestimó el sarcasmo. No había confianza como para responderle que buscaba un marido para mantenerla. Tampoco le gustaba el uso del humor como estrategia para defenderse de la vulnerabilidad. Había venido con un objetivo y no iba a pretender otra cosa cuando eso hacían tantos tíos y tantas veces los habían criticado por ello. Lo malo son las expectativas, aseguraba Amanda. Así que lo dijo, bien clarito: “No sé qué tipo de relación busco, pero necesito contacto físico”.
– Vale. Vale -Silencio-. Vale.
Entonces, Lea le miró a los ojos y sin la prueba del café ni siquiera probar el té, se acercó a sus labios. Le besó y se giró para sentarse sobre su regazo sintiendo con gusto dos manos que le rodeaban las caderas. Segundos más tarde descubría granos de café tatuados en el pliegue de un codo, por los que pasó suavemente la lengua. Un café sin amargura. Con un ligero toque salado. Cuando se vistieron, los tés estaban fríos.
Volvieron a quedar unas cuantas veces, sus cuerpos fluían y no parecía que chocaran en ningún momento. Hasta llegaron a tomarse un té antes de que se enfriase. Sin más compromiso que el disfrute. Sin obligaciones de pareja. Todo bien. Pero pronto, muy pronto, faltó algo. Un preservativo, sin preguntarlo. Por supuesto, no volvería a pasar. Habían sido muy imprudentes. Faltaban mensajes, de él. Siempre escribía ella. A veces, se le olvidaba contestar. Lo sentía mucho. Tanto trabajo. Tras un par de veces, Lea se quedó a dormir en su casa y, al despertarse, después de follar esta vez con una lentitud placentera, él se levantó y le preguntó si quería un café.
– No gracias. Ni por la mañana. Es que no me gusta.
– Ok. Pues, mira, yo me hago uno y me ducho, que tengo que currar. -Lea puso sus cosas en su mochila y se fue. Desayunó en un bar. Se le cayó todo encima. Un puto té. Ese té que no le ofreció. Aunque se lo hubiese preparado ellas. Ese té. O un vaso de agua. Algo. ¿Dejaría a un amigo que no bebiese café sin nada para beber tras pasar la noche en su casa?
– A ver, Amanda, estaba amargada al final, claro. Tardé un poco en darme cuenta, pero le importaba un pepino. No llegó a interesarse por mí en absoluto, no hizo más que dos preguntas de rigor sobre mi trabajo. Desinterés total. Para follar unas veces, está guay. Pero no puedo mantener una relación así.
– Obviamente, tía. Lo acabas de resumir todo. La mantenías tú. Y una relación es de dos. ¿Más té? ¡Qué no vayas a decir que no te cuido!
– Jajaja, Amanda. Infusión, por favor. Que no podré dormir esta noche. Pero a mí me enfada muchísimo. ¿Por qué no nos podemos cuidar cuando el sexo es el centro de la relación?
– Ya, Lea. Ya. ¿Quieres filosofar ahora? ¿O me cuentas qué pasó con el maquinista gracioso y algo pesado?
El maquinista se habría saltado la prueba del café sin dudarlo. De hecho, le había propuesto irse a su casa -la de ella, él vivía con su padre-. Era bastante más joven que ella, con el pelo abundante y largo que otorga la juventud. A Lea, le gustaban los chicos con pelo largo. Pero esa intensidad en los mensajes la hacía dudar. Y meterlo directamente en casa, ni pensarlo. Ya se veía sin saber cómo echarlo. Quedaron en su barrio para pasear y tomar algo. Acabaron cenando pizza. El maquinista había trabajado por toda Europa haciendo de todo desde peluquero hasta au pair en una familia burguesa francesa; pasando por supuesto por la hostelería.
– Es lo peor. Los horarios, cómo te trata la gente. Estuve en un bar y no es sólo el ritmo frenético, ¿sabes? Igual has trabajado en un bar y mejor no sigo.
– No, no. Yo directa de la FP a una formación interna de una compañía aérea y llevo doce años allí.
– ¡Guau! 12 años currando en el mimo sitio. Pues, en un bar, es todo ahora mismo, paciencia cero y, además, tienes que recordar que ese tío con barba toma café con leche tibia, el otro carajillo, las señoras de la merienda del jueves cada una su tipo de café; que no te lo tengan que repetir y así todo. Bueno, te estoy mareando. Un café y ¿nos vamos?
– No bebo café -hizo una pausa para mirarlo-. Pero podemos ir a mi casa.
– Doce años en el mismo puesto y sin café. Jaja, impresionante. ¿Poleo o chupito?
Se quitaron las múltiples capas de ropa nada más pasar la puerta y lo hicieron en el sofá. Luego, continuaron en la habitación.
– Por una primera vez, no estuvo nada mal la cosa, Amanda. Lo malo vino después. Mientras me iba al baño y me ponía las bragas y una camiseta, él se durmió. Y nada, allí se quedó. En mi cama. La prueba del café, tampoco es que sea la panacea.
– ¿No lo echaste de casa?
– Tía, estaba roncando. Pero si supiera cómo se portaría después, lo tiraba seguro, pero segurísimo.
Se despertó sobre las 08.00, ella llevaba una hora leyendo en el sofá. Le preguntó si se podía hacer un café. Lea lo sentía mucho, pero no tenía.
– No bebo café y, claro, no suelo tener en casa. Si quieres, tengo tés. O no sé, naranjas para hacer un zumo.
El tío le dijo que nada, se ponía las zapatillas y bajaba al bar. Por lo visto, sin café, sólo había besos cortantes de despedida.
– Hablamos.
Lea se quedó con su taza de té en la mano, de pie en el pasillo. Eso, hablamos.
– Y nada. Pensé, va tía, era majo. Tiene mono por la mañana y se pone un poco rudo, pero compro café y arreglado. Le envié un mensaje un par de días después con foto de un bote de café en mi cocina. A ver si quedábamos pronto… Y nada. Ni una respuesta.
– Ghosting, Lea. Como está la peña.
Y Lea pensó que, por no tener café, nadie se merecía eso.
Ese día, cambió su perfil de usuaria en la aplicación de encuentros.
No bebo café ni con leche ni descafeinado. Me encanta el té negro de manzana asada, las infusiones feministas y el sexo consensuado y con cariño. Practico pilates y escalada, devoro novelas gráficas y si adivinas mi profesión te invito a un té 🙂
Releyó lo que acababa de escribir. Igual estaba siendo de nuevo muy intensa, muy loca, muy fresca. Muy cansada. Cogió el bote de té negro de manzana asada, su favorito. Puso una cuchara en una pinza de té y vertió agua en un buen tazón. Se sentó en el sofá y se desabrochó los pantalones. Y es que, en casa, sola con su taza de té, se estaba bien. Se estaba muy bien.
Melanie Valle Detry
Relatos Ganadores de Ediciones anteriores
2023 – Te d’Oblid, de Ferran Miquel Cortés Benlloch.
2022 – NO se celebró el Concurso
2021 – La Tacita Humeante, de Mireia Costa Pérez.
2020 – NO se celebró el Concurso
2019 – Casas Viejas, de Víctor Martínez.
2018 – El Té Cósmico, de Caterina Peris.
2017 – Té Eterno, de Irina Montero.
2016 – Toma…te, de Esther Domingo Soto.
2015 – Visitantes Nocturnos, de María José Ceruti.
2014 – Té para un Dragón, de Caterina Peris.
2013 – La Casa del Té, de Mª Dolores Haro.
2012 – Te de Nadal, de Mariló Àlvarez.
2011 – Té para un moribundo, de David Valero.